23.4.13

El ritual del Heredero por Zahid (Partida Crónicas de Hyboria 2013)



Podía oír el repiqueteo rítmico de todos los abalorios y adornos de la voluminosa bolsa de Halim amoldarse a la apresurada cadencia de sus zancadas. Un llanto entrecortado comenzó a oírse en el interior del recipiente y con una maldición entre dientes intentó sujetarlo con más firmeza en su carrera. Había tratado en su vida con los más delicados objetos que una mano humana jamás llegase a rozar, trazado líneas en el aire formando intrincados diseños arcanos de los que escribas y artesanos tejedores se hubiesen sentido envidiosos, había robado tesoros de debajo de las frías escamas de serpientes colosales. Pero maldita sea, era la primera vez que tenía un bebé entre sus manos, y no tenía ni la más mínima idea de cómo se suponía que debía llevarlo, así que optó por lo más sensato y decidió que no pasaría nada por dejarlo unos minutos más ahí dentro.

Izquierda, derecha, otra vez izquierda… Su mente registraba con proverbial velocidad la ruta que tomaba, completamente desconocida para él, mientras intentaba encontrar un lugar seguro en aquella pequeña ciudad. Un siervo de Bel sabía que no existía tal lugar probablemente en ninguna parte del mundo, pero no necesitaba demasiado tiempo, ni demasiada calma. Quizá otros chapuceros aprendices de sacerdote necesitasen prepararse a conciencia, pero no él. Sabía que podría hacerlo mejor que nadie, aún con las manos atadas a la espalda.

El aire comenzaba a quemarle en la garganta con cada exhalación, pues no estaba acostumbrado a tener que recurrir a una huida física. Para alguien con un don tan poderoso como el suyo, sabía que había siempre mil maneras de salir airoso de cualquier situación. Pero no si tenía que preocuparse por otras cosas aparte de sí mismo.

Aún rememoraba ese breve instante en el que el tiempo pareció congelarse, cuando entró en la jaima turana en mitad de un tumulto, para ver a su compañero sacerdote tendido en el suelo, mas no dormido ni borracho esta vez, sino afligido por algo probablemente más… permanente. Lo peor es que él portaba dos valiosísimas cargas y en aquel momento allí se encontraban dos personas que deseaban reclamarlas. Y él no estaba dispuesto a permitirlo.

Ah… si algo le enseñó Bel, es que el éxito es para los habilidosos y osados, y por ello le había otorgado sus poderes. En mitad del bullicio se arrodilló con celeridad ante el cuerpo, muerto o no, de Halim y tomó con destreza digna de una vida de servicio a Bel la bolsa y el muñeco que Nuevededos custodiaba. Justo cuando acababa de reclamar los objetos, unas manos le asieron por detrás y trataron de sacarle por la fuerza de la tienda. La ira le dominó, y sin siquiera mirar atrás, armado con soberbia doblegó la mente de aquellos que le forzaban y cayeron al suelo presas de un invasor sueño.

Se permitió una levísima sonrisa entre aliento y aliento. Bel siempre proveía.

Finalmente dobló una esquina y decidió que estaba lo suficientemente lejos de cualquier posible perseguidor. Se apoyó sobre el muro más cercano mientras recuperaba el aire que sus pulmones exigían y extraía al pequeño príncipe de entre los pliegues de la bolsa. Aún berreaba, presa del desconcierto de aquel zarandeo al que se había visto sometido. No le preocupó, al fin y al cabo sabía que eso le había salvado la vida al recién nacido.

De pronto reparó en un extraño bulto unos metros más adelante. Reconoció al bibliotecario de Khoraja, degollado y su sangre trazando caóticas carreras por el empedrado suelo. Alguien se había preocupado poco de ocultar sus rastros. Esperaba que nadie del Gremio, o el nivel de carnicero chapucero sería intolerable.

-Qué apropiado.- comentó mirando los húmedos pero curiosos ojos del bebé, algo más calmado ahora afianzado entre sus brazos.- Su sangre, por la tuya que ya no se verterá.

Realmente el mundo era un lugar justo. Y lleno de ironía.

Alejándose un poco del aún caliente cadáver, finalmente depositó con suavidad entre las telas que portaba al niño sobre el suelo. Detrás de una posada, en un callejón perdido con un hombre asesinado poco antes y ladridos de perros famélicos deambulando entre la mugre, realmente todo conformaba una estampa digna y apropiada. Principesca, aunque no de un príncipe criado entre sedas y lujos, sino de un verdadero príncipe del mundo que lo rodeaba.

Comenzaba a entrar en sintonía con la suprema voluntad de Bel, y quizá por eso aquellos extraños pensamientos, esas iluminadas pero oscuras percepciones invadían su mente.

Aquellas manos, ya no pertenecientes a un sacerdote sino que estaban entregadas y dominadas por entero por un dios, aferraron el muñeco que él mismo les hubiese entregado para cumplir su voluntad. El vínculo entre siervo y divinidad se fortaleció gracias al poderoso artefacto, ahora actuando de nexo.

Sus ojos, ahora ciegos contemplaban mucho más de lo que cualquier mortal llegase a ver jamás, mientras su mente y su voluntad siempre suyas, recitaban estas palabras destinadas al mundo y al niño.

“Bel, ¡mi Dios! Tu más leal siervo te reclama, ¡acude a este lugar, a este bebé para brindarle tu divina presencia!”- el sacerdote, ahora sin nombre, alzó sus brazos hacia el cielo, mientras el universo escuchaba.- “Contémplalo, este joven Príncipe, nacido de un padre desconocido, ¡robado de su madre al nacer y robado de quien lo robó! ¡Tomado bajo los rostros de aquellos que pretendían volver a reclamarlo! ¡Ven y bendícelo con tu infinita sabiduría! ¡Que tu estela ilumine el sendero de la vida de este niño! ¡Protégelo y otórgale una vida bajo tu manto! Así te lo ofrezco, y así es ahora tuyo.”

El viento sopló sin sonar, el polvo del callejón se removió sin que nadie pudiese verlo, y el estruendoso silencio no dejaba escuchar nada más, hasta que poco a poco fue retirándose a medida que la consciencia del sacerdote regresaba a su legítimo dueño y exhausto por lo que acababa de realizar, así se encontró de nuevo, de rodillas en el callejón. El niño ahora dormía plácidamente. Inocente. Un niño completamente normal, pero no para él, ni para cualquier persona sintonizada con los poderes extraterrenales. La marca de Bel brillaba poderosa sobre él, su presencia imbuída por algo imposible de describir, y la divina e invisible mano guiaba ahora su destino.

Satisfecho con su labor, supo que su dios también lo estaba. Todo había salido mejor de lo esperado. Recogió todo lo que yacía en el suelo y ahora, con mucho más cuidado y respeto, acunó al nuevo y joven siervo de Bel.

Algo que nada tenía de mágico le dijo que a aquel niño le esperaría una vida plena y brillante, como una estrella en la noche del desierto. El futuro había danzado esa noche, y él había tocado junto con la orquesta al son de la batuta de Bel.

Miró a los ojos del pequeño, ahora insondablemente más profundos para cualquiera que intentase ver más allá.

-Ven, vayamos a buscar a Halim, sea o no tu verdadero padre.- rió por lo bajo.- Si le conozco la mitad de bien que creo conocerle, probablemente ya le hayan echado de cualquier infierno en el que estuviese.

[…]

A lo lejos una familiar figura ataviada a franjas azules y blancas se les iba acercando con una sonrisa, devuelta por el otro sacerdote. Un súbito impulso le hizo hablar en voz baja al niño. Sabía que lo entendería y lo recordaría, pues así se lo había dicho su dios.

-Él ahora es quien te cuidará y decidirá cómo comienza tu historia. Forjarás tu vida con el hierro y el fuego que ahora posees en tu interior, y el mundo será tu yunque. Vive fuerte y orgulloso. Y si algún día deseas conocer el Poder, vendrás a buscarme.

El viento se llevó lejos sus últimas palabras.

“Pues soy Zahid al-Saraka, el que cree.”

22.4.13

La muerte del visir Salêh contada por Ahrim (Pre-partida Crónicas de Hyboria 2013)

- Maldita sea su estampa, ¡Ahrim haz esto!, ¡Ahrim encargate de aquello!... ¿Pero donde se ha visto que un solo sirviente tenga que cuidar todo un maldito palacio?
- ¿Y tú que miras? Deja de cotillear y trae otra jarra de vino, que bien te lo estoy pagando...

La camarera se apartó de la mesa con un gesto de desprecio entre las carcajadas de los bebedores.

- Sigue, Ahrim, que se te van los ojos detras de ese culo y la lengua en tus divagaciones, y de hoy no pasa sin que cuentes la historia.  Has cenado y bebido a nuestra cuenta, y si es tan buena como dices nos encargaremos de que duermas tan bien acompañado como un emir.
El sirviente apuró un trago y miró con suspicacia a su compañero de mesa.
- ¿Tu no trabajaras con algun señor de palacio? ¿Verdad? ¿O para las malas putas del templo?
- No Ahrim, y hoy no te escapas a tu cubil sin contarnos la historia, completa y con todos los detalles.
- Bueno... no sé yo si es buen negocio este... hay quién pagaria mucho si...
- Hay quien te cortaria la garganta, Ahrim, pero ni uno ni otro están esta noche aquí, y nosotros si te vamos a pagar aunque sea llenando tu buche y tu cama...
- De acuerdo, de acuerdo... ¿Donde estaba? Ah, claro, el anterior visir, bueno... os he contado ya cuando me liberó y me cogio a su servicio, ¿no?  Bueno, pues eso, que quería un torturador a mano siempre y el Sah se llevó al que tenía antes... y ya sabeis, que cuando estás en un trabajo así te enteras de cosas que no hay que contar... y yo soy bien mandado, y al final pues me cogió confianza y empecé a encargarme de otras cosas y como pagaba bién...

El puñetazo en la mesa silenció toda la taberna, algún que otro cliente echo mano al cinto brevemente, las camareras corrierón tras los barriles antes de que uno de los bebedores menos achispados se levantara calmando a la gente con gestos:
- Nada, nada... una cucaracha que se quería acabar el vino...

Mientras el bullicio volvia Ahrim miró a la gente que le rodeaba en la mesa.
- De acuerdo, no doy más vueltas.

Sucedió despues de la reunión en Estigia, el visir volvió de bastante mal humor maldiciendo a Aquilonios y Nemedios como un soldado sin bebida, estuvo horas y horas reunido con sus secretarios, con los asistentes del Sah, vamos, con todo el que pintaba algo por palacio. Los siguientes dias no salió de su despacho, ni siquiera se acercó al harem, de vez en cuando mandaba a buscar a alguien, mercaderes, gente de las caravanas, algún agente del, ejem, gremio, ya me entendeis.  Iban y venian de su despacho, pero cuando salian les pesaba mucho más la bolsa, y no, no se por qué. 

Al cuarto dia desde su vuelta me mando buscar y me ordenó acompañarle con un par de guardias al palacio del Sah.  No es que no le hubiera acompañado antes, pero solía ser de noche cuando el viejo Yildiz quería algo que no tenía que saberse.  Estuvo callado todo el viaje, ni siquiera una palabra, y cuando llegamos al palacio se me subieron hasta la garganta... ¡habia una columna entera de la guardia real esperandonos!  Sabeis que he luchado más batallas que nadie, las he visto de todos los colores, pero aquello no me lo hubiera imaginado nunca, cien soldados con las armas desenfundadas y con esa mirada fija encima nuestro.  El visir ni se inmutó, o no tenía sangre en las venas o ya se lo esperaba.  Nos llevaron hasta la sala del trono y se colocaron en las paredes sin enfundar las armas, como si hubiera entrado un cimmerio echando espumarajos por la boca en lugar del visir, lo nunca visto.

Aparte de las cortesias habituales nadie dijo nada, el Sah Yildiz hizo un gesto con la mano y un sirviente le acercó un documento al visir Salêh, este lo miró apenas un momento, cuando bajo la mano pude ver su firma y el sello real, ¡erá una orden de ejecución y la habia escrito él mismo!  Pensé que iba a suplicar por su vida o a maldecir, o... ¡que se yo!  Pero no, suspiró, y con voz clara dijo: "Excelencia, ha sido un honor estar a su servicio todos estos años, si no hay inconveniente me gustaría informar a quién designeis como nuevo visir y disponer de una semana para arreglar asuntos terrenales y divinos."
Uno de los secretarios fué a protestar pero Yildiz lo hizo callar con un gesto, asintió brevemente y así, sin más, nos hicieron salir. 



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Halîm deseaba tener a mano una buena copa de vino. Ver la entereza del visir Salêh le había secado la garganta.

El visir sabia de antemano que el Sah lo mandaría ejecutar. Como también lo sabia Halîm el día que fue obedientemente a contarle al viejo Yildiz los fracasos de la expedición: la retirada de la delegación turana, la inactividad pese al desenmascaramiento de los seguidores del prohibido culto a Elric... Con la decisión de retirar la delegación turana de aquella maltrecha expedición el visir había salvado la vida de la mayor parte de los hombres y mujeres que formaban la misma, pero con esa decisión había firmado su sentencia de muerte.

Y ahí estaba alejándose Salêh, con un honor encomiable y una valentía que ya quisieran los cimerios. Al sacerdote de Bel le resultaba una situación extraña, había planeado no menos de media docena de formas de asesinar al visir, por si surgiera algún contrato o simplemente por adelantarse a la orden del propio visir contra Halîm. Pero ahora que marchaba derrotado y lleno de dignidad no sentía ninguna satisfacción. Mas bien al contrario. Salêh se merecía morir asesinado en medio de mil intrigas, no ejecutado.

Pero aquel era un hombre que aceptaba su destino, de una forma que no podía entender Halîm. Le había ofrecido sus servicios para simular su muerte y buscarle un lugar oculto para vivir lejos de los ojos del Sâh. Sin embargo su viejo y querido enemigo había preferido aceptar la condena.

Al menos tenia una semana, poco tiempo para todas las palabras que tenia por dar.
- ¡Adiós mi Visir! Nos veremos en algún infierno de otra vida, quizás entonces te animes a seguirme en mi huida hacia el paraíso


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Yo pensaba que la guardia real nos seguiría y que nos pondrian bajo arresto, pero no.  Ni un guardia, ni un soldado, nada... Me pasé todo el camino volviendo la cabeza, mirando cada sombra, cada rincón cada tejado.  En ese momento lo único que se me ocurría era donde esconderme cuando huyera Salêh, porque claro, siendo el que le había acompañado a palacio vendrían a preguntarme, y si lo sabía y lo decía tenia por seguro que ya habría un precio por mi cabeza pero si no lo sabía, ¿cuantas horas de tortura harían falta para que me creyeran?. 

Debió darse cuenta de que estaba nervioso, porque se giró hacia mí sonriendo y se quedó mirando, tan tranquilo, y me dijo: "Hay mucho que organizar y muy poco tiempo Ahrim, así que ni se te ocurra sugerir que voy a huir como una vil rata.  En cuanto lleguemos quiero que busques a todos mis secretarios y los reunas en el despacho.  Después enterate de quién va a ocupar el puesto de visir y hazle llegar el mensaje de que le espero.  Eso es todo de momento, y solo quiero oirte decir que lo has entendido." 

Asentí, las palabras no me salian, hice los recados tan rápido como pude y después me pillé una borrachera como no la he tenido en años.  Al dia siguiente se pasó el dia liberando a sus esclavos, uno por uno, con una pequeña bolsa de monedas y palabras amables.  El siguiente liberó a las concubinas, bueno, a casi todas, y cada una marchó con su bolsa de monedas y unas palabras dulces.  Al tercer día reunió a los sirvientes y les dio orden de limpiar todo el palacio, cuando se pusieron en marcha hizó que esperasen seis de ellos.  Con estos seis se reunió en privado, de dos en dos, y salieron con unos cofres que apenas podian mover.  A lo largo de la mañana y la tarde fueron llegando mercaderes, caravanas a punto de marchar, y con las caravanas marcharon las tres esposas y los tres hijos del visir, al norte, al sur y al oeste, cada una con dos de los sirvientes de los cofres. 

Y esa tarde, cuando su última esposa y su hija menor partian fue la única vez que lo ví llorar. Ninguno de los sirvientes nos atrevimos a acercarnos y ahí estuvo en el patio, junto a la fuente, hasta que la noche cayó, sólo y con la pena rompiendo sus rasgos.

- ¡Ahrim! - interrumpió la camarera - ve pensando en acabar tu jarra, que ya ha caido la noche y pronto pasará la guardia a patear borrachos, si piensas que me quedaré hasta el alba para que tu cuentes historias es que ya has bebido más que suficiente.
- Vamos, vamos, gacela mía... Sabes que soy de confianza, saca una ronda a mi cuenta a los pocos que tu vino picado no ha tumbado aun y cierra si quieres.  Mis amigos -dijo Ahrim con un gesto conciliador- y yo nos conformaremos con un par de jarras más mientras termino mi historia y no te daremos más trabajo.  No afees tu bella faz con ese ceño, sabes que siempre cumplo en mis tratos...
- Eres un perro viejo, Ahrim, ya podías haber invitado a una ronda cuando tenía la taberna llena en lugar de ahora que quedan tres gatos y tus "amigos"...

El cuarto día - prosiguió ignorando a la camarera - y casi por completo el quinto estuvo mi viejo señor reunido con el nuevo Visir, mi actual contratador, pero que queréis que os diga, nada de interés para gente como nosotros, mucha palabrería entre señores, mucho hablar de tal o cual pais, que rutas mercantiles funcionaba o no... nada jugoso, vamos.  Como aparte de sus secretarios sólo quedamos en palacio unos pocos sirvientes me toco llevar comida y jarras de vino rebosantes y recojerlas una vez vacias, ir a buscar a uno u otro en palacio o en la ciudad, trabajo más de esclavos que de sirvientes, pero bueno... quien manda manda. 

Cuando ya llegaba la noche del quinto dia, a dos de encontrarse con el verdugo real, me llamó a su presencia.  Me estaba esperando en su despacho, con un pequeño cofre abierto lleno de monedas y gemas encima de su mesa, los ojos debieron brillarme como antorchas porque se echó a reir mientras decía "Ahrim, el "infame" Ahrim, hay aqui pago suficiente para toda tu vida, pero aun voy a necesitar de tus caros servicios un dia más." Yo iba a protestar, claro, pero me calló con un gesto, "tendrás este cofre a tu disposición una vez que cumplas con unos ultimos recados, el más importante de todos será llevar mi cabeza debidamente acicalada a la presencia de nuestro señor Yildiz, no sería educado llevar una cabeza ensangrentada y afeada por la muerte a su presencia.  A tal efecto usarás mis ropas y mi sello para entrar en palacio, con el rostro tapado y esta bandeja de plata que he apartado para tal efecto.  Harás como te voy a decir porque quieres tu parte de tesoro y sabes lo que pasará si no cumples mi voluntad..." Sonrió como un tigre que salta sobre tí desde la densa jungla, se lo que os digo.  "Pero esto será la mañana siguiente a mañana, porque aún hay algo que haremos mañana para satisfacer a los dioses, o al menos a uno..."

El sexto día, último de la vida de Salêh al Yezir, fue muy tranquilo despues de la agitación de esa semana.  Mi señor estuvo de muy buen humor, cosa que jamás entenderé dado que sabía que su muerte estaba cerca, incluso me sorprendió verle sonreir como un tonto mientras paseaba por los jardines con toda la calma del mundo.  Apenas probó bocado en todo el día, bebió agua y un poco de té, fumó durante horas mientras las cinco concubinas que aún no había liberado le contaban cuentos.  Cuando le pregunté si no tenía prisa por llegar a los templos a ponerse en paz con los dioses se rió de buena gana durante un rato, "Tranquilo Ahrim -me dijo - está todo preparado, que tu ansia por el oro y las joyas no hagan que tu día se alargue, bebe algo, acompañame mientras disfruto de los últimos cuentos que he de oir, comparte conmigo el narguileh, come de las viandas que hay preparadas.  Así tal vez un día puedas presumir de haber disfrutado de los placeres reservados a los grandes de Turán.  Puedes ausentarte si lo prefieres, me daré por satisfecho si estás preparado cuando el sol bese el mar en el horizonte, pero no quiero oirte ni una palabra más hasta entonces."

Asentí en silencio, cada cual es libre de elegir sus placeres creo yo.  Si que bebí algo y comí cosas que jamás antes había probado, pero los cuentos y el humo aguado no son para mí, así que allí le dejé y pasé unas horas calmando mis nervios de posada en posada.  Cuando ya volví, un buen rato antes de que el sol tocara el horizonte, me estaban esperando los seis, todos cubiertos con capas oscuras, mi señor tapaba su cara con el turbante y las concubinas con sus velos.  El resto de sirvientes estaban alrededor, todos vestidos de igual forma, en grupos de siete a los que Salêh hacía salir a la ciudad a pequeños intervalos.  Mientras grupo tras grupo abandonaba el palacio, una de las concubinas me vistió como al resto y susurró a mi oido "Ponte tras nuestro señor y siguelo en silencio, no levantes la mirada de sus pies y verás un nuevo amanecer..." mientras en su mano aparecía una daga tiznada.  Dejamos el palacio un rato después de que todos los sirvientes se hubieran ido, y caminamos hasta que el sol se había escondido, entonces entramos en una casa, como tantas otras de la ciudad y bajamos a un sotano...

Y ahora, mis generosos Tammâm, Akram y Fâdel, seré yo quien os haga una generosa oferta.  Dad por satisfecha vuestra curiosidad sobre los últimos dias del pérfido Salêh y el secreto que cubre su muerte y yo pagaré todas las consumiciones.  Podréis volver a vuestras casas, junto a vuestras hermosas esposas y no os preocupará que lo que aún queda por contar os traiga el quehacer de los "artesanos del gremio", nunca vuestros sueños se verán turbados por las pesadillas que engendra ese conocimiento, jamás temblareis porque el sol se hunde en el mar mientras estáis en las calles...

¿Y bien? Qué será, ¿oscuros secretos o feliz ignorancia?


De acuerdo, si es lo que quereis continuaré.  Como os decía bajamos a un sótano, a esas alturas no sabía que esperar, era casi como cualquier otro sótano de la ciudad, pero apenas había nada que ver, un enorme bloque de piedra blanca en el centro, algunas telas bordadas cubriendo la pared y una estatuilla dorada en un hueco bajo las escaleras...  Salêh se quito la capa, el turbante y se acercó a mí sonriendo "Y bién Ahrim, ¿que opinas de nuestro pequeño templo?, aquí rezaré por última vez, si te sientes incómodo puedes esperar arriba, Reem te avisará cuando Rahibe dé por concluido el oficio."
Mi señor -le contesté- he asistido a cientos de oficios antes y despues de cada batalla en una docena de reinos, ¿qué os hace creer que pueda molestarme... "Hanuman" -susurró a mi espalda Zimra con su daga apoyada en mis riñones- bueno... mi señor... yo os he servido bien.. si he hecho algo que os ha molestado... -llegué a balbucear.

Esta vez los seis rompieron en carcajadas, "no servirías como sacrificio, idiota" consiguió decir Zimra entre risas, quitó la daga de mi espalda y continuó preparando lo que entonces entendí que era el altar al más oscuro de los dioses.  "No, Ahrim, ya te dije que mañana llevarás mi cabeza ante Yildiz, pero este es un secreto que más te vale guardar para siempre.  Yo no podré castigarte si lo desvelas, pero seguro que Rahide se molesta y es más directa en sus quejas de lo que su dulce rostro pueda indicar." me susurró mi señor.

Haciendo acopio de valor, en parte por la cantidad de vino que había bebido ya, decidí quedarme.  No creais que fue nada espectacular, murmuraban en un idioma que no conozco, así que supongo que sería el de los Reinos Negros porque de Estigia a Aquilonia entiendo a todo el mundo, pusieron joyas, unguentos y encendieron un incienso de olor fuerte y dulzón. Nada que no se pueda ver en cualquier otro templo, la verdad que esperaba otra cosa. 

Cuando ya empezaba a cabecear, pues el incienso y el vino me tenían somnoliento, ví que Salêh se subía al altar, entre todos los abalorios, desnudaba su torso y entonaba un cántico distinto, más gutural, las cinco mujeres empuñaron cuatro dagas y una espada que movian alrededor de su cuerpo, casi rozandolo, con movimientos lentos, meticulosos, hipnóticos...

Salêh irguió la cabeza ante la estatua, y sus últimas palabras fueron: "Hanuman, origen y fin de todo poder, he fallado a tus principios, permitéme un último sacrificio para purgar mis errores, otorga tus dones a mi señor Yildiz y su reino Turán, hazle alzarse sobre sus enemigos y permite que su gloría sea tan eterna como la tuya."  En ese momento las cuatro dagas atravesaron su pecho, dos delante y dos detrás, y antes de que al abandonarle las fuerzas su cabeza bajara un fuerte tajo de la espada empuñada por Adira la separó limpiamente del cuerpo.

Sin decir nada, recogieron la cabeza, la limpiaron cuidadosamente y la maquillaron ya sobre la bandeja de plata.  Mientras tanto, el cuerpo de mi señor seguía desangrandose sobre la piedra, ahora roja incluso donde la sangre no había llegado como si la bebiera. Y juraría si pudiera que oí una voz, más bien un gruñido animal...
"¡SEA!"

Esa noche no pude dormir, al alba me vestí como mi señor me había pedido, y con el rostro cubierto y sin decir nada llegué hasta el trono de Yildiz simplemente mostrando el sello de Salêh a todo el que me intentaba detener...

El resto es de todos conocido, Yildiz dió por cumplidos sus deseos y yo pude salir del palacio, más bien me echaron a patadas...  Lo primero que hice fue ir a por mi "pago".  Llené bien mis bolsillos y me acerqué al templo de Bel.  Por los modales debí arrancar al sacerdote de un dulce sueño o de los brazos de alguna feligresa... a saber.  Pero las gemas son buen desayuno para el ánimo, y tras una discreta charla sobre la salvación del espíritu me encaminé raudo a salvar mi cuerpo.

Porque puede que no sea el más listo de Turán, pero cuando Salêh te decía algo más te valía escuchar y entender bien, y pronto un artesano del gremio se dignó a aceptar mis disculpas, y casi todo lo que el cofre contenía, como cancelación del contrato que había aceptado por mi cabeza.  Salêh era un maldito hijo de perra, pero al menos había dado una oportunidad de salvarse a cada uno de los que le servimos más cercanamente.  Sé de buena tinta que tres de sus secretarios no llegaron a ver esa noche, y que dos más murieron unos dias despues en un "asalto" de camino a otra ciudad. 

- En fin, es hora de despedirnos, yo me voy a dormir la borrachera, pero tranquilos, estoy seguro de que Reem, Zimra y Adira os atenderán gustosas, puede que con la ayuda de los tres honorables "artesanos" que me vienen protegiendo de un tiempo a esta parte...

Ahrim se levanto sonriente, y mirando a las camareras dijo:
- Os espero esta noche si no tenéis nada mejor que hacer, espero que tres importantes secretarios del palacio del Sâh si sean un buen sacrificio ante vuestro oscuro dios.  Yo siempre cumplo mis tratos.

Ahrím "el infame" (Pre-partida Crónicas de Hyboria 2012)

"La fortuna sonrie a los que se lo juegan todo a ciegas" solía decir mi capitan, claro que el pobre no sobrevivió al asalto contra la única fortaleza que hay en Erután digna de tal nombre. Los nemedios nunca han entendido la guerra en el desierto, están demasiado centrados en que la tropa forme como si fuera un tablero de juego de esos que dicen que es como la guerra a los que nunca han visto una batalla.  Cuando vi la mole totalmente iluminada entendí dos cosas, que ya nos habían rodeado y que el turbante del fondo de mi petate me iba a salvar el pellejo otra vez.

Pide otra jarra y tal vez te cuente toda la historia... No soy un hombre exigente, pero he llegado a viejo y eso es algo que pocos soldados pueden decir.  En mi vida he visto más de cien batallas de las que dicen que forjan leyendas... ¡Paparruchas!  LLena mi vaso y te contaré los secretos de todos los ejercitos del mundo, porque con todos he luchado y ganado.  Si no te vence el sueño y mi vaso no se vacia te contaré como ser el mejor soldado del mundo, el que vuelve a casa a celebrar que sigue vivo.

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Dime chaval, ¿queda vino en esa jarra? Pues llena mi vaso que tengo la boca seca de tanto hablar. ¿Que te apetece escuchar ahora? ¿Dónde encontrar las mujeres con más pasión del mundo? ¿Las hazañas de los más valientes generales de nuestro tiempo? ¿Las perversiones que se ocultan en los harenes de los emires?

No, tus oidos no son los apropiados para eso, no conoces lo suficiente del pérfido Salêh Al Yezir para entender por qué murió ni cómo sucedió. Esa historia vale más que unas jarras de vino, si quieres te puedo contar los secretos que escondía su harem, las sutiles torturas que tenían lugar bajo su palacio o los placeres prohibidos de los que disfrutaba.

He sido afortunado, soy uno de los pocos hombres que se movía por su palacio sin que un matasanos tocara mis budejos y aún ahora que esta muerto prefiero no contar según que cosas, era un hombre tan retorcido que firmo su propia sentencia de muerte meses antes de que el Sah pidiera su cabeza. Estoy seguro que aún quedan asesinos bien pagados para cumplir sus encargos, no me jugaré el cuello por unos vasos de vino...

17.8.06

Jueves, 30 de marzo de 2006. Cementerio municipal

Llegó a las doce, puntual como siempre, estoy seguro de que llevaba traje aunque no lo ví. La ceremonia fue corta, lo cual agradecí, sencilla y elegante. Nada de plañideras, ni discursos bienintencionados que lamentar, apenas dos pasajes de la Biblia que supongo seleccionó el mismo con previsión y unas escuetas palabras del párroco. No hubo mujeres misteriosas, ni familiares llorosos, ni siquiera llovió; esperaba poder encontrar a alguien de su familia que me contase quién era, pero no tuve suerte. Todo lo que podré contar de él es lo que quiso que supiera, ni más ni menos.
Era un tipo agradable, de conversación larga y distendida, rondaría los 50, tal vez más, tenía el aspecto de un galán clásico; traje impoluto, zapatos a medida, corte de pelo formal. El hombre que toda madre desearía para su hija, supongo. Bueno, si la hija hubiera llegado a una madurez de las que llaman sosegadas. No recuerdo haberle visto acalorado, ni que usara en mi presencia palabra malsonante alguna. Su voz envolvia sus palabras como pequeños regalos destinados a quien tuviera la suerte de escuchar. Pensé largo tiempo en que tal vez fuera actor, pero por mucho que revolví cielo y tierra no hallé de él foto o boceto en los medios a mi disposición. Tal vez ejerciera en tiempos como vendedor puerta a puerta, se le veía capaz, cuesta imaginar algo que no pudiera vender. A mi me vendió cientos de anecdotas al módico precio de escucharle en el café que frecuentabamos, en una mesa ligeramente apartada, lejos del bullicio de la barra y el ajetreo de la puerta. Fueron muchas tardes tranquilas, de cafe y puro, rara vez alguna copa escasa de contenido y consumo pausado. Tardes de lectura de periódicos, sobre todo la competencia, comentarios profundos de las noticias de aspecto irrelevante, descubriendo en el proceso matices que me sorprendian, enlazando el pasado con el presente por el simple método de comparar hechos de años ya pasados con la tinta casi fresca de los rotativos de estos dias más ajetreados.
No se si añoraré más las charlas o su persona. El tiempo dirá. De momento paso por el cementerio de tarde en tarde, leo junto a su tumba, tal vez esperando sus sagaces comentarios. Sobretodo espero encontrarme con alguno de los contertulios del cafe, no aparecieron en el sepelio, puede que una esquela cuyo nombre es "Anonimo" sea dificil de entender.